¡Ojo!

Siempre que miras un OJO,

hay un OJO que te está mirando.
roce de nuestros labios el que nos devuelve la luz. Luz que pronto se evapora en la oscuridad de nuestras bocas. De la tuya en la mía. De mi boca en tu boca. Nos hacemos daño. Y, de la misma manera que nos hacemos daño, nos perdonamos. Ya no te miro porque no te veo. Ya no me ves y, por ello, no me miras. Y no nos vemos, y no nos miramos porque somos uno. No uno tú. No uno yo. Uno tú y yo. [...] Y tú y yo vamos volviendo a ser dos. Pero no dos como antes éramos tú y yo. Si no dos que han sido uno. Dos que quieren seguir siendo uno. Y volvemos a mirarnos. Yo veo algo de mí en tus ojos. Tus ojos se ven en los míos. Porque hemos sido uno. Uno tú y yo. Y sin decirnos nada, nos prohibimos decir tú y yo, ¿por qué no ser nosotros? Nosotros, que fuimos uno. Y uno mira al otro y, entonces, nos miramos nosotros.

dos metros se sentía la pareja, aunque no había distancia que les separara. Nadie supo decir qué les unía entonces. La relación se veía frágil. Frágil como el cristal que les separaba de la gente. Gente cobijada en sus paraguas. Tensión en las palabras. ¿Tal vez un primer encuentro? Segundo quizás. Había cierta confianza. Frágil confianza. Cuatro mesas a su alrededor. Mesas redondas con dos sillas cada una. Los temores, los tormentos, las angustias, la vergüenza de la pareja ocupaban esas mesas. La gente cobijada en sus paraguas no reparaba en ello. Él tomaba té. Él tomaba café. La gente cobijada en sus paraguas no reparaba en ello. Los temores, los tormentos, las angustias, la vergüenza de la pareja ocupaban esas mesas. Mesas redondas con dos sillas cada una. Cuatro mesas a su alrededor. Frágil confianza. Había cierta confianza. ¿Tal vez un primer encuentro? Segundo quizás. Tensión en las palabras. Gente cobijada en sus paraguas. La relación se veía frágil. Frágil como el cristal que les separaba de la gente. Nadie supo decir qué les unía entonces. A más de dos metros se sentía la pareja, aunque no había distancia que les separara. La gente les veía a ellos. Los tormentos y angustias de la gente no. Éstos sólo se fijaban en sus víctimas, a quienes seguían a escasos dos metros. Gente cobijada en sus paraguas. Cobijada de la lluvia, no de los tormentos que les perseguían a escasos dos metros. Ellos veían pasar a la gente. Una mesa junto al cristal. Redonda con dos sillas. En Madrid. Era en una cafetería. Llovía.
.jpg)
íntimos movimientos me devuelve a la ingravidez. Vago por un cúmulo de sensaciones: unas me acarician, otras se me clavan como astillas que el cariño que nunca me diste extrajo a mi corazón, ahora de madera.